jueves, 15 de mayo de 2008

Dia 10: Budapest, Hungria

Hoy amanecimos temprano para poder agarrar buenos lugares en el tren para venir a Budapest, cosa que nos salió redonda, viajamos as dos hechadas en cuatro asientos reclinables contra un ventanal enorme, en un Cabin para nosotras solas... un lujo.
Ahora, el lujo se acabó una vez que pusimos pie en tierra húngara. En cuanto bajamos del tren se nos avalanzaron mil personas para ofrecernos albergue, cambio y taxis en un idioma aún peor que el alemán al que ya nos estábamos acostumbrando. Entre que no entendemos nada, la gente es re invasiva, hacía un calor de muerte y estábamos transpirando a mas no poder y veníamos con el cagaso de que nos iban a robar o secuestrar los gitanos, nuestra llegada a Budapest fue de pesadilla.
La estación se parece a un retiro venido a menos en el medio de India, sólo que estamos a menos de 3 horas de europa occidental... cero atractivo, mucha mugre y malos modales, ya casi nos estábamos olvidando de cómo funcionan las cosas en el tercer mundo.
Decidimos caminar para alejarnos cuanto antes de la estación, cosa que no fue fácil considerando los 17 kgs que pesan nuestras mochilas a esta altura. El trayecto al hostel fue de casi 15 cuadras que nos dejaron de cama... Y cuando vimos la puerta del hostel nos cayo la ficha. Imagináte una puertita pintada con aerosol de colores en plena calle Córdoba, comercial a mas no poder... tráfico humano que te lleva puesto... logramos entrar para encontrarnos con algo que en Buenos Aires se hubiese convertido en conventillo, con escalera altas de madera y marmol, ni soñar con un ascensor y obvio que nuestro hostel quedeba en el último piso.
Nos sentamos en las escaleras y era llorar o reír, y obviamente reímos, después de todo estamos en Hungría y nos tomo años llegar hasta acá. Subimos con el último aliento y nos encontramos con un dueño genial, muy buena onda, y con que somos las únicas mujeres en un cuarto de 10, jaja, esto es un delirio.
Salimos a caminar por la parte bonita de la ciudad, que sorpresivamente queda a cinco cuadras y almorzamos a la sombra de un árbol frente a un castillo cuyo nombre es irreproducible en un teclado como la gente.
Cuando nos decidimos a sacarnos unas fotos frente a un monumento se largo a llover, una gotita después dos, para cuando nos dimos cuenta estábamos hechas sopa. Nos metimos en un supermercado para comprar cosas para cocinar (el hostel tiene cocina, lo cual vale oro por estos pagos) y volvimos a pegarnos una ducha... cafe y charla de por medio.
EL HOSTEL TIENE INTERNET GRATIS. Si bien lo compartimos entre miles, finalmente me impuse y logre llegar a la PC.

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